la incredible estupidez de la izquierda que apoya al chavismo

Hace ya mas de una década, en un congreso del partido verde europeo, estuve a punto de romper con mi figura de simpático-exótico-suramericano para pasar a ocupar la casilla típico-latino-agresivo. La razón, la que los mas de los venezolanos en el exterior conocen de sobra: el chavismo.

Recuerdo que mientras yo pensaba a quien abordar entre conferencia y conferencia, otro simpático y exótico invitado me abordó a mi. Este personaje, con la franela del Che de rigor, se acercó con una gran sonrisa y un ”hola camarada” con fuerte acento norteamericano a manera de saludo. Alguien le había informado a nuestro revolucionario (del partido verde de los EEUU) que yo era venezolano, lo que inmediatamente lo llevo a identificarme como chavista. No quiero presumir recordar el detalle de nuestra conversación, pero si sé que a los cinco minutos, mas o menos, nos estábamos gritando insultos de variado calibre. Finalmente, dado el público que se reunió (sí, también en el civilizado partido verde europeo a cualquiera le gusta una tángana) una de nuestras europarlamentarias suecas se acercó a separarnos, mencionando lo difícil de interpretar la realidad política de países donde no vivimos.

Hoy por hoy, cuando reviso el episodio sigo recordando con simpatía a esta señora. A fin de cuentas la sindéresis y el pacifismo suecos son proverbiales, y, al menos una década atrás no era imposible decir cosas como “la crisis venezolana la deben resolver los venezolanos” o “la derecha europea usa al chavismo como cortina de humo a sus propios problemas”.

Bueno, la verdad es que si. Tanto entonces como hoy es imposible.

Ni una década atrás, ni veinte años atrás, nadie ha debido darle el más mínimo espacio político al chavismo. Nadie. De hecho, lo que en la izquierda deberíamos haber hecho hace ya largo tiempo atrás, es reconocer al autoritarismo populista e incompetente del chavismo como lo que es, una dictadura del siglo XXI. Reconocer que si la izquierda ha de tener el más mínimo liderazgo en la complejidad de este siglo, la táctica no pasa por repetir consignas decimonónicas, concentrar el control de toda una nación en las manos de unos contados militares, o peor aun, tolerar que estas cosas pasen en otros países, que no en los nuestros. Si alguna vez la izquierda pudo emocionar a generaciones, por entender que nuestros ideales no se restringían a un país o a un continente, en estas dos décadas de tragedia chavista en Venezuela, deberíamos haber reconocido hace ya mucho tiempo que con cada día de chavismo las libertades individuales del venezolano retroceden, y la ignorancia y la catástrofe avanza. Ahora, con tanta foto de venezolanos escapando a pie de la tragedia ya no nos queda otra. Pero porqué tardamos tanto?

Hay que reconocer que esta mortal demora se la debemos a nuestro propio tribalismo. Tal como Roosevelt, los mas de los zurdos reconocían la probable hijodeputez de Chavez, pero al menos era “nuestro” hijo de puta. Creo que es el mismo mecanismo que tiene atrapado al Grand Old Party norteamericano. Desde las primeras de cambio Trump actuó como el loco peligroso que es. Pero al principio, los republicanos decentes como que esperaban que algo pasara, que se normalizara. La cosa es que esta esperanza tribalista es solo eso, una esperanza vacía y por demás peligrosa. Una gran parte de mis amigos formaron parte de aquel chavismo light, esa esperanza vana de pensar que Chavez era un desastre, pero que al menos algo se podía hacer. Pero tanto Chavez como Trump son lo que son, y cada minuto que se tarde en reconocerlo, es una desgracia.

Muchos de los críticos de la izquierda piensan que esta ceguera nuestra es un rollo ideológico. Que como el chavismo esgrime las mismas ideas que nosotros, pues le perdonamos sus barbaridades. Quizás esto sea cierto para algunos sectores de la izquierda, mejor ejemplificados por esos otros populistas de éxito, la gente de Podemos en España. O aquel chico loco del partido verde norteamericano. Los que me han dicho ya tantas veces “pero el chavismo lucha por los oprimidos y se opone al imperio”. La verdad es que esta visión de tribalismo ideológico es quizás peor, o mas bien mas ignorante, que el tribalismo a secas de mas arriba. Porque lo que creó y mantiene al chavismo, y a unos cuantos otros movimientos insurgentes contemporáneos, es la apolítica. Es la gran frustración (justificada o no) del populacho, que harto de tener a los mismos líderes, los protesta y se va con el primero que los proteste. La ideología del insurgente es, literalmente, lo que menos importa. Porque los valores de todos estos movimientos son negar la política, negar la posibilidad de diálogo, del debate democrático, donde el gobierno es de la mayoría, pero entiende que la minoría es tan importante como el resultado de las últimas elecciones. El chavismo, tanto como el ocupy wall street o el tea party movement, no cree en medias tintas, en la posibilidad de que el contrario político pueda hacer algo correcto. El chavismo es absolutista, y el absolutismo no puede ser de izquierda. Ni de derecha, por cierto, pero como yo soy de izquierda, de mi tribu es que hablo. Porque la izquierda siempre se ha hecho fuerte luchando por el individuo oprimido. La izquierda ha reconocido, desde su creación, la profunda injusticia de nuestras sociedades post-industrialistas. No podemos creer que la injusticia profunda del chavismo es menos mala que cualquier otra. Y por cierto, el chavismo jamas se ha enfrentado al imperio, sino que lo ha apoyado lealmente, vendiéndole petróleo barato por ya veinte años.

Finalmente, queda la última razón que se me ocurre la mas dolorosa. La de mi familia. Nacidos en Argentina, hemos experimentado en carne propia la barbarie de la derecha absolutista. Venezuela nos abrió los brazos, nos rescató, nos permitió vivir, y vivir bien. Igual nos quedó el regusto amargo de la tragedia argentina, el saber que nuestro propio país no nos salvó de la barbarie que obliteró ideas y cuerpos de tantos. El sabor amargo de creer imposible ya no la revolución, sino que una sociedad sin la crueldad profunda de Argentina, o sin la pobreza extendida de Venezuela, fuesen posible. El sabor amargo de saber que habíamos perdido. Y a esto fué donde llegó el chavismo. El movimiento que le prometió a tanto revolucionario derrotado, a tanto guerrillero pacificado, el paraíso socialista. Y muchos de nosotros, seguro mi familia, se comieron esa gran mentira, creyeron tener la suerte imposible de una segunda oportunidad, una llegada segunda de Cristo revolucionario encarnado. Y esta fe, irracional como toda fe y sin duda alguna inmensamente estúpida (como puede creer en un militar quien se salvó de las juntas genocidas de los setenta?) aun está ahí, alimentando la barbarie.

Quisiera entonces terminar esto con alguna vuelta de frase ingeniosa y que remate estas tres idioteces del izquierdista contemporáneo, pero la verdad es que pensar de nuevo en la increíble fe de mi familia, me entristece. Porque me he encontrado incapaz de mostrarle a mis queridos, a esa gente que comparte sangre y dolor conmigo, lo terrible de esta mentira trágica, de esta dictadura feroz que ha vomitado a sus hijos a la intemperie de otros países. Quizás a todos nos toque vivir con nuestros fracasos, y este es el mío.

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